lunes, 13 de abril de 2009

Las vacas con nombre dan más leche

No es ningún descubrimiento extraordinario el hecho de que tratar a los animales como iguales repercute positivamente en nuestras relaciones con ellos como seres humanos. Siempre se ha dicho que la música amansa a las fieras, pero lo cierto es que escuchar música es una actividad puramente humana, ya que ningún animal en su estado natural pudo escuchar una composición musical hasta que el ser humano la creó. Por la tanto es una actividad que "humaniza" al animal y le hace sentir bien, sintiéndose parte de lo que ellos perciben como la compleja sociedad humana. Otro ejemplo es el de el perro integrado en una familia. El animal no quiere ser únicamente "el perro de la familia", si no que aspira a ser un miembro más de la familia humana, y por lo tanto las actividades que le "humanizan", como salir a pasear, siempre las espera con máximo interés.

Por detalles como estos no sorprende en absoluto las ultimas investigaciones de la Universidad de Newcastle, que han demostrado que poner nombre a una vaca aumenta considerablemente su capacidad de dar leche. Esta producción extra de leche se cuantifica en casi 300 litros más anuales respecto a las vacas a las que no se las llama por su nombre. Los ganaderos británicos objeto del estudio reconocieron que la medida es la más barata de implantar en relación al rendimiento que ofrece para mejorar la producción.

Las vacas al igual que otros animales acogen muy positivamente la humanización que supone tener un nombre propio, y nos lo agradecen como mejor saben, dando más leche. Por supuesto, la mejora tiene sentido si a las vacas se les comienza a llamar por su nombre desde pequeñas, cuando son más permeables al mundo exterior, y se está forjando su personalidad. Con animales adultos la medida no surtió ningún efecto, ya que las vacas simplemente no se reconocen por el nombre asignado.

En cualquier caso, una idea tan simple como esta podría estar detrás de un misterio que traía de cabeza a los biólogos durante el último medio siglo, como es la caída constante de la productividad de leche de las vacas. A pesar del hecho de seleccionar para criar a los espécimenes que más leche daban a lo largo de su vida, la producción no hacía más que disminuir, en contra de toda lógica. La respuesta puede ser más sencilla de lo que se podría imaginar y radica en la deshumanización del proceso de extracción de leche que ha traído la industria posterior a la segunda guerra mundial. Un ganadero de principios del siglo XX extraía la leche por procedimientos totalmente tradicionales, manteniendo el contacto con el animal, y por supuesto, llamándole por su nombre único en toda la granja. Pero la evolución en las técnicas de ordeñado hacen que las vacas hayan perdido casi por completo el contacto humano, sintiéndose como un número más que como un individuo. Bajo estas condiciones tan industriales, la desgana y la desidia se han apoderado de las vacas tal y como ocurre en los seres humanos, haciendo que disminuya su producción de leche. La vuelta a las técnicas tradicionales y al trato humano, hace que las vacas recobren nuevamente su productividad esperada.

No obstante las ventajas de considerar a las vacas como personas no se quedan ahí. Según los ganaderos objeto de estudio, llamar a las vacas por su nombre las hace más dóciles y establece una relación de amistad mutua entre animal y dueño que no se da con otras vacas sin nombre. Esta amistad permite que las vacas sean más dóciles a la hora de ser ordeñadas y se comporten mejor en el desarrollo de las actividades que implica el día a día de la ganadería.