lunes, 18 de mayo de 2009

Acercamiento a la automomificación

La conservación incorrupta del cuerpo humano tras la muerte ha sido un anhelo del hombre desde tiempos de los antiguos egipcios. Ellos profundizaron en el estudio del cuerpo y en los procesos a realizar para evitar la corrupción postmortem. En occidente este proceso es bien conocido y ha dado lugar a magníficas momias que se conservan en buen estado 3.000 años después de su muerte. Pero en oriente este proceso de momificación fue más allá y se desarrolló un método de conservación del cuerpo tras la muerte que comenzaba en épocas tempranas de la vida del sujeto. De esta manera, se dedicaba la vida casi completa a la preparación del cuerpo para que se conservara bien en la muerte.

Este proceso generalmente comenzaba en la ceremonia de celebración de la mayoria de edad en China y Japón. Voluntariamente durante la adolescencia, el individuo podía decidir si consagraría su vida a la conservación de su cuerpo tras la muerte, decisión que comunicaba a todo el mundo durante la ceremonia. A partir de ese momento, para el sujeto no hay otra cosa más importante que conservar su cuerpo en las mejores condiciones, llevando a cabo una progresiva perdida de grasa.

De esta manera, el individuo se alimentaría durante años a base de raices y frutos secos, en una dieta completamente deficitaria y que únicamente le conduciría a una muerte segura. Generalmente acompañaba la dieta de intensos ejercicios aeróbicos para ayudar a la perdida de grasa. De hecho, normalmente los candidatos a la automomificación eran excelentes atletas. También era recomendable tomar infusiones de te realizadas en agua con alto contenido en arsénico, ya que además de favorecer la perdida de líquidos, ayudaba a fijar la carne al hueso. De esta manera, cuando el sujeto estaba al borde de la muerte, adoptaba hasta su último aliento la posición que ya mantedría inalterable durante siglos. No obstante este proceso de automomificación era realmente complicado, y un alto porcentaje de momias vivientes se acababan corrompiendo, siendo incineradas o inhumadas. Solo los que se momificaban con éxito eran conservados.

El conocimiento de este proceso de automomificación llegó a Europa desde Oriente, como tantas otras cosas, de la mano de Marco Polo, que quedó muy impresionado al verlo de primera mano. De esta manera, gracias a la expectación creada por los viajes del aventurero veneciano , este proceso fue bien conocido en el norte de Italia aunque se tienen pocos casos documentados de europeos que lo llevaran a cabo. Se dice que el propio hijo de Marco Polo quiso ponerlo en práctica, pero tras dos años de sacrificio decidió abandonar por la dureza excesiva del proceso.

También es poco conocido el caso del científico Galileo Galilei. El proceso de automomificación le impresionó tanto de joven que se aventuró a intentarlo él mismo. Consagró su vida a su futura momia, y a pesar de no llevar a cabo el proceso de manera tan severa como en Oriente, mantuvo durante toda su vida unos niveles de grasa corporal mínimos y una alimentación escasa. Esto le permitió disfrutar de una vida larga plagada de éxitos científicos, sobre todo en el campo de la astronomía moderna. Sin embargo, cuando chocó frontalmente contra la iglesia, se retractó de todos sus descubrimientos, evitando una prematura muerte en la hoguera y así la destrucción de la momia que tantos sacrificios le estaba costando. Evidentemente Galileo nunca pronunció la famosa frase que se le atribuye, "Y sin embargo se mueve", ya que en pleno juicio eclesiastico, hubiera supuesto inmediatamente su condena a muerte y la destrucción de su cuerpo. Tras vivir varios años confinado en su domicio de Florencia, Galileo murió a los 79 años. Por desgracia para él y tras años de sacrificio, al fallecer, el cuerpo de Galileo no quedó incorrupto como él deseó debido a las relajaciones a la hora de llevar a cabo el proceso de automomificación en vida. Su fallida momia fue enterrada en Florecia.